Ductos troposféricos: cuando la VHF/UHF “encuentra autopistas” en la atmósfera
Las noches “mágicas” en VHF y UHF, cuando estaciones lejanas entran como locales, tienen una explicación sencilla: los ductos troposféricos.
En lenguaje llano, un ducto es como una autopista invisible en la baja atmósfera que curva y “guía” nuestras señales de radio para que recorran distancias muy superiores a las normales, a veces cientos o más de mil kilómetros, sobre todo sobre el mar o a lo largo de grandes llanuras. Todo empieza porque el aire no es uniforme con la altura: cambian la presión, la temperatura y la humedad, y esos cambios alteran muy ligeramente cómo se propaga la radio. Incluso en condiciones normales, ese gradiente hace que los rayos se curven un poco hacia el suelo y que el horizonte de radio quede más lejos que el visual. Pero si aparece una inversión térmica —una capa más cálida y/o más seca por encima de aire más frío y húmedo— la curvatura se intensifica y la señal queda atrapada entre capas, como si circulara dentro de un túnel. Ahí es cuando hablamos de ducting: la atmósfera se comporta como una guía de ondas natural y la señal puede viajar muchísimo más lejos de lo habitual.
Estos ductos pueden formarse cerca de la superficie, entre el mar o el suelo y una inversión baja, o bien a cierta altura, entre dos inversiones (“ductos elevados”). Son frecuentes en noches y madrugadas tranquilas con tiempo estable y cielos despejados, especialmente sobre agua, donde la capa inferior se enfría, el aire se estratifica y se coloca arriba una “tapa” más cálida que crea la guía. En mapas de propagación, estas aperturas aparecen como corredores largos y relativamente estrechos; en el shack, se sienten como rutas muy direccionales donde un pequeño giro de antena decide entre oír y no oír.
Cuando no hay ducto, aún podemos lograr media y larga distancia gracias a la dispersión troposférica (troposcatter). La idea es que la señal se “rompe” en pequeñas irregularidades del aire y una fracción alcanza el receptor. Funciona, es robusta y útil, pero normalmente con niveles de señal menores que en una buena apertura por ducto. Además, sobre superficies lisas como el mar, parte de la energía puede reflejarse; a veces esa reflexión se suma a la señal directa y otras veces la anula, produciendo desvanecimientos. Dentro de un ducto, este juego de caminos refuerzo-anulación se vuelve muy notorio: mueves la antena unos grados o cambias ligeramente la altura y la señal sube o cae de forma drástica. La difracción —la capacidad de bordear obstáculos— también ayuda, aunque en el ducting el protagonista es el perfil vertical del aire: si la guía existe, manda; si se rompe, el enlace cae.
La meteorología manda mucho. El ducting adora el tiempo estable: altas presiones persistentes, noches despejadas, inversiones bajas y gradientes de humedad marcados (más húmedo abajo, más seco arriba). Por el contrario, el paso de frentes, el viento que mezcla capas y las tormentas tienden a romper o desplazar los ductos. La lluvia y la niebla afectan más a las microondas, pero si en la ruta hay precipitación notable, puede introducir atenuación y ruido que degrade una apertura marginal. Por eso hay aperturas que parecen encenderse y apagarse en minutos: el “túnel” se mueve o se desarma y la magia desaparece.
Para aprovecharlas, conviene pensar en términos de rutas. Las mejores suelen ir a lo largo de costas o sobre el mar. Si operas cerca del Pacífico o del Caribe, vigila las madrugadas serenas: son terreno fértil para aperturas largas. Una Yagi, aunque sea modesta, bien apuntada suele superar a una vertical cuando buscas exprimir un corredor concreto: los cambios finos de azimut y elevación sacan la señal de un mínimo de interferencia y la ponen en cresta. La gestión del tiempo es clave: las ventanas pueden moverse o cerrarse rápido. Si el DX aparece fuerte, no lo dejes para luego: cierra el QSO mientras dure el carril rápido.
Un efecto colateral curioso del ducting se ve en radares: como los haces quedan atrapados y viajan más lejos rozando la superficie, devuelven ecos de terreno a distancias inesperadas. En el receptor del radioaficionado, algo parecido se percibe cuando de repente aparecen portadoras o sistemas lejanos que no son habituales. Es otra pista de que la atmósfera se ha convertido en guía de ondas y está trayendo señales de muy lejos.
¿Se puede predecir? No con certeza total, pero sí hay pistas. Las cartas de alta presión sostenida, los perfiles con inversión y gradientes de humedad en capas bajas, los reportes marítimos y, por supuesto, la escucha atenta ayudan a “oler” una apertura. La experiencia local vale oro: anota horas, rumbos, estaciones que se repiten, y verás patrones por temporada. Y cuando la autopista no está, siempre quedará la troposcatter para enlaces más discretos pero confiables.
En resumen, el ducting no es brujería: es la física cotidiana de la troposfera trabajando a nuestro favor. Cuando el aire se ordena en capas que curvan más de lo normal, nace una autopista atmosférica para nuestras señales. Con un poco de ojo al tiempo, una antena bien afinada y ganas de girar el rotor unos grados, podrás reconocer esas noches especiales y exprimirlas. La próxima vez que 2 metros o 70 centímetros “abran” hacia lugares improbables, sabrás que no es casualidad: estás circulando por un carril rápido en el cielo.

